El alma de un poeta

El alma de un poeta está irremediablemente condenada a algo muy parecido al infierno,
A la hoguera de los sentimientos
Y las letras despiadadas que se van desarmando y despedazando en sentimiento,
Está condenado a los atrevimientos de la declaración,
De confesión,
A su exposición y peligro.
Condenado al sentimiento  magro y amargo de lo desconocido,
De lo absurdo
Y con lo incongruente de la pluma y el ardor del corazón,
A clavarse puñales como dagas de tinta que le revuelcan la cabeza,
Le mezclan las rarezas y la destreza de sentir,
Condenado a sentir se quedará
Clavado en el papel perenne estará.
Para un poeta el error será belleza,
La inconjunción una maravilla,
Las novedades su debilidad
Y su nobleza con el papel
Un corte profundo de la coraza del ser.

Está destinado a entregarse a la efusión del sentimiento
A amar sin remedio,
Es posible que sin remordimiento.
A querer lo insensato
A ver con ojos de luz
Aun en lo más oscuro del naufragio.
Destinado a la fé,
A la desazón del destino
Y a amar por el simple hecho de amar
Sin más remedio que admirar
Y sollozar los agujeros
Que se va dictando en el alma,
Porque el amor de un poeta es incondicional
Y eterno
Porque no discrimina entre sujetos
Solo entiende de sentimientos
Y se permea entre las gentes
Para darse paso en sonetos
Entre odas o sonsonetes
En quién sabe cuantas formas adherentes
De traducir las palabras dulzonas
De un corazón sin memoria.

Es por esto que un poeta está condenado,
A su moral de turno,
A narcotizarse en un ser,
En alguno que otro querer,
A querer no querer,
A amar en las noches
Alguna luna reluciente
Que le de el insomnio necesario para escribir en papel,
La luz perfecta para la cruzar los caminos,
Que densos en palabras y espinas,
Le van haciendo tregua a la condena que lo incrimina.

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