Un día de esos.

Hoy es un día de esos que atañen a la conciencia, inconscientes con la melancolía y la confusión de lo incomprensible, lo que se empaña después de la duda, lo que se va desmoronando después de la alegría.
Días de esos como hoy, me van nublando la energía y me enredan las ganas, los deseos y hasta me trastornan el alma.

Afuera se rompe el cielo como el parqués que se quiebra y deja caer los cristales de agua, y las esquirlas de Zeus se me empiezan a colar por la ventana para unirse en melodía a mis lagrimas, que constreñidas por el día, por los afanes, los miedos y sin remordimientos; tratan de contenerse en la garganta que se va inundando de argumentos, aún así, una inefable muestra de emoción se desliza con prisa por los surcos que el destino me ha marcado en las mejillas, y Zeus, que todo lo trastorna y de una que otra manera se hace escuchar, logra comandar entre ríos de agua pulverizada y esta nefasta emoción, una comparsa de líquidos fervientes que se van haciendo paso y grito por la humanidad.


Y es que, ¿cómo no conmoverse con el espíritu vivo de una nube?
¿Cómo no sentir vívidos los gritos de la aurora que se estremece vorazmente?
¿Cómo no extrañarte en estos días de locura?

Días estos que me alborotan la existencia, me revuelcan las metas y me conspiran el pensamiento, días estos raros y profundos, que me van profesando el sinsentido del resto de la semana, del lugar y de la ideología.
Días en los que la lógica se me revuelca, contigo o sin ti, pero qué bonito cuando te dejas llevar un poco por estas, mis rarezas, cuando me acompañas un paso detrás, velando por mi espalda y la cintura que se me menea, cuando no te dejas prorrogar por las estúpidas lógicas que te quisieran alejar de este azar, cuando simplemente callas y me hablas a punta de pestañas y cristales miradas, cuando eres una crisálida y me envuelves en tu ajuar. Días sin voz, sin son, sólo el compás que Zeus va componiendo perfectamente en silencio azul, en silencio del alma.

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